Hugh Hefner ya ha escogido y pagado el lugar en el que quiere ser sepultado: una cripta junto a la de Marilyn Monroe en la zona de Westwood de Los Ángeles. Eso no quiere decir que tenga planes de utilizarla pronto. Hefner, que cumplirá 85 años en abril, lleva en la actualidad una vida aparentemente de inválido, o incluso de enfermo mental mimado: está todo el día en pijama, no sale casi nunca de casa, hace casi todas sus comidas en su dormitorio, con un menú que varía muy poco, con crackers y patatas fritas que revisan cuidadosamente antes de dárselas para que no haya ninguna rota. Le cuesta oír por el lado derecho y tiene una artrosis en la espalda que le hace inclinarse un poco al andar. Por lo demás, está en una forma envidiable para ser un octogenario. Aún mantiene su energía. Practica el sexo a base de recurrir al Viagra cuando lo necesita y sigue supervisando el diseño de 'Playboy' y escogiendo sus fotos.
Totalmente recuperado de un derrame que sufrió en 1985, da la impresión de que conserva todas sus facultades mentales y una energía que no ha disminuido. Todavía practica el sexo, a base de recurrir al Viagra cuando lo necesita. Y, gracias al sorprendente éxito en la televisión estadounidense del reality-show The girls next door (Las chicas de al lado), tiene una nueva cohorte de admiradoras: mujeres, incluso muchas mujeres maduras, que ya no le consideran un vendedor de pornografía -al fin y al cabo, edita una revista de la que Gloria Steinem dijo una vez que, ante ella, una mujer lectora se sentía como un judío ante un manual nazi-, sino un paterfamilias benévolo e indulgente, una especie de hado madrino que convierte a jóvenes de aspecto fresco e inocente en princesas de grandes senos y cabello platino y se encarga de satisfacer todas sus necesidades.
Hefner es famoso por regalar operaciones de cirugía estética a sus numerosas novias y seguramente a sí mismo. Tiene el cuello terso. Su piel, gracias a su escasa exposición al sol y a generosas dosis de aceite para bebés, posee una suavidad y una flexibilidad propias de Madame Tussaud.
En Navidades, Hefner sorprendió a los periodistass del corazón al anunciar en Twitter que había pedido en matrimonio a Crystal Harris, de 24 años, la más reciente y -de ser cierto- la última en la larguísima lista de jóvenes que han desfilado por su dormitorio, en general rubias, muchas con nombres en diminutivo y todas con un tejido mamario en el que parecen haber inyectado helio. Hefner ya estuvo casado dos veces, así que la idea de que vuelva a hacerlo representa quizá el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Pero unos días antes de Navidad me dijo: "Esta vez es de verdad. Esta es muy especial. Espero pasar el resto de mi vida con ella".
Unas semanas después, Hefner apareció en las páginas de negocios por su intento de recuperar la propiedad de su empresa. Por un lado, es un ejemplo de éxito inmenso, un hombre que supo convertir sus fantasías sexuales en una fortuna; por otro, un fósil que no comprende que la revolución sexual terminó hace décadas y que, en cualquier caso, no estaba pensada para los viejos. Algunos observadores de Wall Street pensaban, hace tiempo, que lo mejor que le podía ocurrir a la compañía Playboy era que Hefner hiciera lo que corresponde a su edad y ocupara dignamente su sitio junto a Monroe. David Miller, analista en la firma de inversiones Caris & Company, dijo en una ocasión: "Creemos que la muerte del señor Hefner podría generar una subida importante del precio de las acciones".
Sin embargo, el verano pasado, Hefner sorprendió incluso a sus propios consejeros al anunciar que quería que Playboy Enterprises, que él mismo sacó a cotizar en Bolsa en 1971, volviera a ser una sociedad privada. Ofreció a los accionistas 5,50 dólares por acción, más del 30% por encima de su valor de cotización. Parco consuelo para unos inversores que habían visto con desagrado la vida de sultán que llevaba Hefner, a costa de ellos, mientras el valor de sus acciones disminuía a menos de 10 dólares después de haber alcanzado un máximo de 32,19. Para ser exactos, la Mansión Playboy, un complejo de estilo gótico situado en el suroeste de Hollywood y construido en los años veinte, pertenece a Playboy Enterprises, y no a Hefner, que paga un alquiler y los gastos no directamente relacionados con la empresa. La compañía paga el mantenimiento de la casa y los terrenos, así como los salarios de los 80 empleados que requiere, entre los que se encuentra un equipo de cocina que está de guardia las 24 horas del día, y a 13 personas que se encargan de las necesidades personales y de trabajo de Hefner. El año pasado él pagó 800.000 dólares, y la empresa, 2,3 millones.
En enero de este año, Hefner dulcificó su oferta y la aumentó a 6,15 dólares por acción. El consejo recomendó a los accionistas que la aceptaran. Miller insinuó hace poco que Hefner, quien dijo en una ocasión que si vendía Playboy se acabaría su vida, estaba tratando de aferrarse a la revista, cuya licencia, tarde o temprano, habría acabado en manos de otra persona si la empresa hubiera seguido cotizando. Sin embargo, Hefner ha sostenido siempre que la acción está infravalorada, y David Bank, analista de medios de comunicación en RBC Capital Markets, está bastante de acuerdo. "Creo que Hefner es increíblemente astuto", me dijo. "Pero cuando dejo de pensar como analista y lo veo desde el punto de vista del psicólogo, todo esto me parece un enigma. No conozco a muchas personas de 84 años que quieran reducir su liquidez".
Con independencia del dueño, no es probable que el imperio Playboy recupere la gloria y la influencia del pasado. Los clubes y complejos hoteleros se cerraron hace años. La circulación de la revista, la base del imperio, ha bajado de siete millones de ejemplares en los años setenta a 1,5 millones en la actualidad. La facilidad de acceso a pornografía en Internet no ha beneficiado el negocio, y hubo un tiempo en el que pareció que Playboy había desaparecido de los quioscos empujada por las llamadas revistas masculinas -Maxim, Stuff, FHM y otras parecidas-, que mostraban una cultura menos relacionada con "tomarse un cóctel y unos entremeses, poner un poco de música ambiente en el tocadiscos e invitar a una mujer a charlar tranquilamente sobre Picasso, Nietzsche, jazz, sexo", como escribió Hefner en su primer editorial para la revista.
Sin embargo, como su fundador, Playboy, aun de capa caída, ha sobrevivido más tiempo del que imaginaban sus detractores. De las grandes revistas masculinas solo perdura Maxim. Uno de sus antiguos directores, Jimmy Jellinek, se convirtió hace dos años, a los 34, en director editorial de Playboy, la mano derecha de Hefner. "Me había vuelto demasiado viejo para la franja demográfica de Maxim", explicó hace poco. "Las revistas masculinas se basaban en la gratificación instantánea. Era la época del auge crediticio, y el dinero era gratis. Se podía hacer lo que se quería. Las revistas fueron un síntoma y una metáfora de todo lo que ocurrió". En el campo de las publicaciones para hombres, Playboy, que Jellinek defiende con el ardor y casi el ansia de un converso, representa ya unos valores anticuados. Jellinek la compara con un disco de vinilo en un mundo de archivos MP3.
Hefner sigue supervisando las maquetas y escoge todas las fotografías, que para los criterios actuales son bastante pudorosas. Los cuerpos desnudos de Playboy, relucientes y pasados por Photoshop, irradian una luz sobrenatural, casi platónica; y, como dijo una vez la crítica Joan Acocella, esos senos enormes, milagros de tersura y equilibrio, curiosamente dan a las mujeres un aspecto -más que sexy- infantil e inocente.
En cierto sentido, la revista ha cambiado poco respecto a la que muchos leíamos de jóvenes. Playboy sigue publicando algunos artículos excelentes, como hace desde los años sesenta, pero continúa siendo una revista hecha de fantasías. Hefner es un poco extraño, sin duda, pero no es un sinvergüenza. No es untuoso como Bob Guccione, ni vulgar y libidinoso como Larry Flynt. Tiene un carácter abierto y directo, y un lenguaje tan limpio como el de un miembro del Club Rotario. Según dice, ahora lleva una vida llena de honestidad y moralidad. Se queja mucho de la actitud puritana y contradictoria de Estados Unidos respecto al sexo y le gusta decir que es "un tuerto en el país de los ciegos".
Él es el primer sorprendido con el éxito y la longevidad de Hugh Hefner. Se inventó a sí mismo, de acuerdo con la gran tradición estadounidense de Jay Gatsby, William Randolph Hearst y Howard Hughes (antes de que se convirtiera en un recluso y empezara a almacenar su orina), y es un gran cronista de sí mismo. En el ático de la mansión se encuentra un archivo con álbumes de recortes continuamente actualizados que rondan los 2.400 volúmenes. Los más recientes tienen páginas y páginas de fotografías de las reuniones y las fiestas temáticas que hace en la mansión.
Hefner fue un niño soñador y solitario, inteligente, pero socialmente inmaduro. Al acabar su segundo año de instituto llevó a cabo la primera de sus numerosas transformaciones: cambió de peinado, se compró ropa nueva, aprendió a bailar jazz y dejó de ser Hugh -flaco, desmañado y tímido, a juzgar por las fotografías de entonces- para convertirse en Hef, o Hep Hef, un moderno. Se alistó en el ejército después de acabar el bachillerato, pero le pusieron a escribir a máquina y nunca llegó a entrar en combate. Tenía 27 años y atravesaba un mal periodo en su vida cuando tuvo lugar la creación de Playboy, en 1953. A principios de los cincuenta, el fracaso parecía muy cercano. Hefner tenía un trabajo que detestaba, acababa de irse de casa de sus padres y vivía un matrimonio frustrado con Mildred Williams, una compañera de instituto.
Había despertado tarde a la sexualidad. No empezó a masturbarse hasta los 18 años. Consiguió perder la virginidad a los 22, pero leyó a Kinsey como si este fuera un profeta y empezó a estudiar libros de consejos matrimoniales y manuales sobre sexo. Playboy era la clase de revista sofisticada y audaz con la que soñaba. Consiguió un poco de dinero, incluidos 1.000 dólares de su madre, y maquetó el primer número sobre la mesa de la cocina, tras escribir él mismo gran parte de los textos. Su mayor suerte fue la elección del primer despliegue central: foto de calendario de una Marilyn Monroe desnuda, tomada cuatro años antes. Todavía hoy es la foto más sexy de todas las que ha publicado Hefner.
Playboy le enriqueció enseguida e hizo posible la segunda gran transformación de su vida, a finales de los cincuenta, cuando -recién divorciado- se atrevió a ser Mr. Playboy, un elegante experto en cuestiones de cama que empezó a vivir en la realidad los sueños que proclamaba su revista.
Se pudo ver a Hef transformado en fragmentos de Playboy's Penthouse, un programa de televisión en blanco y negro que se emitió durante un par de temporadas a finales de los cincuenta y p?rincipios de los sesenta. En él, Hef saludaba al espectador en la puerta de su ático de soltero, vestido de esmoquin y fumando en pipa. Cada semana recibía a gente como Tony Bennett, Count Basie, Buddy Rich y Sammy Davis Jr. en una época en la que los artistas blancos y los afroamericanos no solían aparecer juntos.
La edad dorada de Mr. Playboy fueron los años setenta, cuando, sin dejar de ganar dinero, Hefner se aficionó a pasar el día en pijama, trabajar desde su dormitorio -donde se acostaba con quien le parecía- y volar de un sitio a otro en el Big Bunny (Gran Conejito), su DC-9 particular, decorado a propósito. Por el contrario, los ochenta fueron su momento más bajo. La empresa, que había crecido demasiado, pasó periodos difíciles. Hefner chocó con la Administración de Reagan y su Mayoría Moral, y en 1985 sufrió un derrame, en parte causado, insiste, por la publicidad desfavorable que supuso el asesinato de la Playmate Dorothy Stratten en 1980.
Su boda en 1989 con Kimberley Conrad, Playmate de enero del año anterior, fue, según Hefner, un intento de buscar refugio. Conrad y él se separaron en 1998, aunque no se divorciaron hasta 12 años después. "Durante el matrimonio fui fiel", insiste, "y ella, no". La consecuencia, reconoce hoy, fue empezar a salir con montones de mujeres, entre ellas una llamada Brandy y unas gemelas llamadas Sandy y Mandy. "Es imposible de inventar", dice, y se ríe de sí mismo. Cuando tenía ochenta y pocos años estuvo viviendo con siete mujeres e intentó, en vano, aplicar un toque de queda a las nueve de la noche para evitar que salieran con otros hombres.
"Lo lógico sería que las reservas estuvieran secas, que empezaran a faltar las mujeres deseosas de exponerse y ser Playmate", dice Mary O'Connor, la ayudante de Hefner, de 82 años. "Pero no es así. Siguen llegando". O'Connor, que lleva cuatro décadas trabajando para Hefner, es una mujer alta, sensata, antigua promotora de coches de carreras, que ha visto de todo en su vida. En la época en que la revista tenía su sede en Chicago se encargaba de la Mansión Playboy de allí. En la actualidad, una de sus tareas es supervisar la lista de invitados de la mansión, los pocos escogidos para entrar en el legendario palacio del placer, escenario de innumerables fiestas nocturnas en las que la ropa era optativa; también es la encargada de invitar a nuevas aspirantes a estrella a las fiestas y las frecuentes veladas cinematográficas.
A Hefner le encanta el cine. Organiza proyecciones al menos tres veces por semana. El lunes es la noche masculina; el martes, la de las chicas, cuando juega a las cartas y al dominó con su séquito de jovencitas; el miércoles tocan juegos de cartas en serio (con sus amigos más antiguos) y el jueves es la noche familiar, cuando ve a Marston y Cooper, los hijos de su matrimonio con Kimberley Conrad. También organiza fiestas temáticas según las estaciones. Ocasiones que constituyen una buena oportunidad para conocer a posibles novias. Hefner vio por primera vez a Kendra Wilkinson, una de las estrellas de The girls next door que ahora tiene su propio reality-show, en su fiesta de cumpleaños de 2004, mientras ella repartía vasitos de gelatina congelada totalmente desnuda. A Crystal Harris la vio vestida de doncella francesa en su fiesta de Halloween de 2008.
¿Qué ven en él las mujeres? Seguramente, más a un amigo, un mentor y una vía para conseguir trabajo que a un sex symbol. Las chicas que consiguen vivir en la mansión ganan -o ganaban, antes de que Hefner se comprometiera con Harris- un sueldo de 1.000 dólares semanales, pagados en efectivo por el propio Hefner todos los viernes. Además cuentan -o contaban- con peluquería gratis, un complemento de automóvil y otras sumas de dinero para implantes mamarios y dentales, así como ropa destinada a ocasiones especiales. El sexo con Hefner no era obligatorio, en sentido estricto, aunque parece que casi todas sus novias se acostaban con él, o en señal de agradecimiento o debido a la presión de las demás.
Cuando pregunté a Crystal Harris si su relación con Hefner era de carácter sexual me miró en silencio un instante. "No sé cómo responder", dijo, y luego añadió: "¿Quiere decir relaciones sexuales? Claro". Y continuó: "Hef se ha acostado con un montón de gente, pero ahora eso no es lo que le hace feliz. Lo que más le gusta es acurrucarse y abrazarse con su perro".
"Bueno, supongo que tengo claro lo que me gusta", me dijo Hefner cuando le pregunté si no le parecía extraño que, mientras él envejece, sus novias sigan teniendo la misma edad, veintitantos, y respondan todas al mismo patrón nada original de rubia exuberante y alegre. Iba vestido con la ropa que suele llevar de día -un batín de seda roja y pantalón de pijama de seda negra- y bebía una Pepsi, sentado en la gran biblioteca de la mansión, sin libros, bajo un enorme busto de cerámica y con los senos al aire de Barbi Benton, una de las pocas morenas que le han llamado alguna vez la atención. "En el proceso pierdes algo", siguió Hefner. "Pero también es maravillosa la relación como de profesor y alumna. Y rodearte de jóvenes te mantiene joven".
Este Hefner paternal y afectuoso es el que se ve en The girls next door, no el playboy elegante y noctámbulo de otras épocas, y tal vez ese sea uno de los motivos del éxito de la serie que la cadena E! empezó a emitir en 2005 los domingos por la noche. Sorprendió a los propios directivos cuando vieron que atraía a un público compuesto, sobre todo, no de chicos adolescentes ávidos de sexo, sino de mujeres en el cotizado grupo demográfico de 18 a 34 años.
En la compañía Playboy hablan mucho de la "marca", una especie de derivación de la revista que, en su opinión, ha trascendido al propio Hef. Su hija, Christie, que fue presidenta y consejera delegada de Playboy Enterprises entre 1988 y 2009, me dijo que en una ocasión, en China -donde existen cientos de tiendas que venden artículos derivados de Playboy, pero no está permitida la publicación de la revista-, alguien le preguntó cuándo había entrado su padre en la empresa. La marca, no la revista, es la que gana dinero en la actualidad. Está volviendo a meterse en el negocio de las apuestas, con licencias para emplear el nombre en casinos de Macao y Las Vegas. Mientras tanto, el canal de televisión Playboy intenta esquivar la procacidad para ser moderno. Un anciano con batín y que fuma en pipa parecería fuera de lugar. Pero la marca Playboy sigue dependiendo en cierta medida de la imagen del caballero elegante que creó la revista, el tipo de hombre que sabe moverse en el dormitorio, pero también entiende de corbatas y pañuelos, aparatos de música y zapatos, y que celebra grandes fiestas en su mansión.
Hefner es un "icono", les gusta decir a sus amigos y colaboradores. En 2008, Steven Watts publicó Mr. Playboy: Hugh Hefner and the american dream (Mr. Playboy: Hugh Hefner y el sueño americano). El verano pasado, Brigitte Berman estrenó Hugh Hefner: playboy, activist and rebel, un documental de lo más adulador (realizado con la cooperación de Hefner) que destaca sus numerosas contribuciones a la defensa de los derechos civiles y a la libertad de expresión. Hace años que el productor Brian Grazer y el director Brett Ratner hablan de hacer un largometraje sobre su vida, tal vez protagonizado por Robert Downey Jr., e incluso se han llevado a cabo conversaciones sobre un posible musical. ¿Qué ocurrirá cuando el icono no esté ya presente?
Aunque no ha propuesto ningún plan de sucesión, Hefner está contento de ver que sus hijos -Marston, de 20 años, y Cooper, de 19- han empezado a interesarse por la revista. Sin embargo, a juzgar por un par de conversaciones breves, no parece que ninguno de los dos jóvenes sea tan listo como su hermana de 58 años, Christie, licenciada con summa cum laude en Brandeis. Tampoco hacen gala de la capacidad de invención, nacida de la incomodidad y la ambición, que caracterizaba a su padre.
"Prefiero pensar en que no estará ya en activo, no en que no estará", explica Christie Hefner sobre el futuro. A ella y a Richard Rosenzweig, vicepresidente ejecutivo de Playboy Enterprises y viejo amigo de Hefner, les gusta imaginar que Hef se convertirá en una figura venerada y una marca duradera, como Walt Disney. "Será más fácil perpetuar mi historia cuando yo ya no esté", me dijo Hefner. "Porque entonces nadie se cabreará por pensar que todavía me acuesto con chicas". Añadió que su madre vivió hasta los 101 años.
Luego volvió al piso de arriba, a su legendario dormitorio, que se encuentra en un estado un poco caótico: montones de viejas películas en cintas y DVD, adornos y cachivaches variados, fotografías de la infancia sobre la chimenea, unas bragas colgadas de una lámpara y, apiñados sobre un sofá, dos centenares de animales de peluche. Más que un nido de amor, parece la cueva de un acaparador incapaz de tirar nada a la basura.
Totalmente recuperado de un derrame que sufrió en 1985, da la impresión de que conserva todas sus facultades mentales y una energía que no ha disminuido. Todavía practica el sexo, a base de recurrir al Viagra cuando lo necesita. Y, gracias al sorprendente éxito en la televisión estadounidense del reality-show The girls next door (Las chicas de al lado), tiene una nueva cohorte de admiradoras: mujeres, incluso muchas mujeres maduras, que ya no le consideran un vendedor de pornografía -al fin y al cabo, edita una revista de la que Gloria Steinem dijo una vez que, ante ella, una mujer lectora se sentía como un judío ante un manual nazi-, sino un paterfamilias benévolo e indulgente, una especie de hado madrino que convierte a jóvenes de aspecto fresco e inocente en princesas de grandes senos y cabello platino y se encarga de satisfacer todas sus necesidades.
Hefner es famoso por regalar operaciones de cirugía estética a sus numerosas novias y seguramente a sí mismo. Tiene el cuello terso. Su piel, gracias a su escasa exposición al sol y a generosas dosis de aceite para bebés, posee una suavidad y una flexibilidad propias de Madame Tussaud.
En Navidades, Hefner sorprendió a los periodistass del corazón al anunciar en Twitter que había pedido en matrimonio a Crystal Harris, de 24 años, la más reciente y -de ser cierto- la última en la larguísima lista de jóvenes que han desfilado por su dormitorio, en general rubias, muchas con nombres en diminutivo y todas con un tejido mamario en el que parecen haber inyectado helio. Hefner ya estuvo casado dos veces, así que la idea de que vuelva a hacerlo representa quizá el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Pero unos días antes de Navidad me dijo: "Esta vez es de verdad. Esta es muy especial. Espero pasar el resto de mi vida con ella".
Unas semanas después, Hefner apareció en las páginas de negocios por su intento de recuperar la propiedad de su empresa. Por un lado, es un ejemplo de éxito inmenso, un hombre que supo convertir sus fantasías sexuales en una fortuna; por otro, un fósil que no comprende que la revolución sexual terminó hace décadas y que, en cualquier caso, no estaba pensada para los viejos. Algunos observadores de Wall Street pensaban, hace tiempo, que lo mejor que le podía ocurrir a la compañía Playboy era que Hefner hiciera lo que corresponde a su edad y ocupara dignamente su sitio junto a Monroe. David Miller, analista en la firma de inversiones Caris & Company, dijo en una ocasión: "Creemos que la muerte del señor Hefner podría generar una subida importante del precio de las acciones".
Sin embargo, el verano pasado, Hefner sorprendió incluso a sus propios consejeros al anunciar que quería que Playboy Enterprises, que él mismo sacó a cotizar en Bolsa en 1971, volviera a ser una sociedad privada. Ofreció a los accionistas 5,50 dólares por acción, más del 30% por encima de su valor de cotización. Parco consuelo para unos inversores que habían visto con desagrado la vida de sultán que llevaba Hefner, a costa de ellos, mientras el valor de sus acciones disminuía a menos de 10 dólares después de haber alcanzado un máximo de 32,19. Para ser exactos, la Mansión Playboy, un complejo de estilo gótico situado en el suroeste de Hollywood y construido en los años veinte, pertenece a Playboy Enterprises, y no a Hefner, que paga un alquiler y los gastos no directamente relacionados con la empresa. La compañía paga el mantenimiento de la casa y los terrenos, así como los salarios de los 80 empleados que requiere, entre los que se encuentra un equipo de cocina que está de guardia las 24 horas del día, y a 13 personas que se encargan de las necesidades personales y de trabajo de Hefner. El año pasado él pagó 800.000 dólares, y la empresa, 2,3 millones.
En enero de este año, Hefner dulcificó su oferta y la aumentó a 6,15 dólares por acción. El consejo recomendó a los accionistas que la aceptaran. Miller insinuó hace poco que Hefner, quien dijo en una ocasión que si vendía Playboy se acabaría su vida, estaba tratando de aferrarse a la revista, cuya licencia, tarde o temprano, habría acabado en manos de otra persona si la empresa hubiera seguido cotizando. Sin embargo, Hefner ha sostenido siempre que la acción está infravalorada, y David Bank, analista de medios de comunicación en RBC Capital Markets, está bastante de acuerdo. "Creo que Hefner es increíblemente astuto", me dijo. "Pero cuando dejo de pensar como analista y lo veo desde el punto de vista del psicólogo, todo esto me parece un enigma. No conozco a muchas personas de 84 años que quieran reducir su liquidez".
Con independencia del dueño, no es probable que el imperio Playboy recupere la gloria y la influencia del pasado. Los clubes y complejos hoteleros se cerraron hace años. La circulación de la revista, la base del imperio, ha bajado de siete millones de ejemplares en los años setenta a 1,5 millones en la actualidad. La facilidad de acceso a pornografía en Internet no ha beneficiado el negocio, y hubo un tiempo en el que pareció que Playboy había desaparecido de los quioscos empujada por las llamadas revistas masculinas -Maxim, Stuff, FHM y otras parecidas-, que mostraban una cultura menos relacionada con "tomarse un cóctel y unos entremeses, poner un poco de música ambiente en el tocadiscos e invitar a una mujer a charlar tranquilamente sobre Picasso, Nietzsche, jazz, sexo", como escribió Hefner en su primer editorial para la revista.
Sin embargo, como su fundador, Playboy, aun de capa caída, ha sobrevivido más tiempo del que imaginaban sus detractores. De las grandes revistas masculinas solo perdura Maxim. Uno de sus antiguos directores, Jimmy Jellinek, se convirtió hace dos años, a los 34, en director editorial de Playboy, la mano derecha de Hefner. "Me había vuelto demasiado viejo para la franja demográfica de Maxim", explicó hace poco. "Las revistas masculinas se basaban en la gratificación instantánea. Era la época del auge crediticio, y el dinero era gratis. Se podía hacer lo que se quería. Las revistas fueron un síntoma y una metáfora de todo lo que ocurrió". En el campo de las publicaciones para hombres, Playboy, que Jellinek defiende con el ardor y casi el ansia de un converso, representa ya unos valores anticuados. Jellinek la compara con un disco de vinilo en un mundo de archivos MP3.
Hefner sigue supervisando las maquetas y escoge todas las fotografías, que para los criterios actuales son bastante pudorosas. Los cuerpos desnudos de Playboy, relucientes y pasados por Photoshop, irradian una luz sobrenatural, casi platónica; y, como dijo una vez la crítica Joan Acocella, esos senos enormes, milagros de tersura y equilibrio, curiosamente dan a las mujeres un aspecto -más que sexy- infantil e inocente.
En cierto sentido, la revista ha cambiado poco respecto a la que muchos leíamos de jóvenes. Playboy sigue publicando algunos artículos excelentes, como hace desde los años sesenta, pero continúa siendo una revista hecha de fantasías. Hefner es un poco extraño, sin duda, pero no es un sinvergüenza. No es untuoso como Bob Guccione, ni vulgar y libidinoso como Larry Flynt. Tiene un carácter abierto y directo, y un lenguaje tan limpio como el de un miembro del Club Rotario. Según dice, ahora lleva una vida llena de honestidad y moralidad. Se queja mucho de la actitud puritana y contradictoria de Estados Unidos respecto al sexo y le gusta decir que es "un tuerto en el país de los ciegos".
Él es el primer sorprendido con el éxito y la longevidad de Hugh Hefner. Se inventó a sí mismo, de acuerdo con la gran tradición estadounidense de Jay Gatsby, William Randolph Hearst y Howard Hughes (antes de que se convirtiera en un recluso y empezara a almacenar su orina), y es un gran cronista de sí mismo. En el ático de la mansión se encuentra un archivo con álbumes de recortes continuamente actualizados que rondan los 2.400 volúmenes. Los más recientes tienen páginas y páginas de fotografías de las reuniones y las fiestas temáticas que hace en la mansión.
Hefner fue un niño soñador y solitario, inteligente, pero socialmente inmaduro. Al acabar su segundo año de instituto llevó a cabo la primera de sus numerosas transformaciones: cambió de peinado, se compró ropa nueva, aprendió a bailar jazz y dejó de ser Hugh -flaco, desmañado y tímido, a juzgar por las fotografías de entonces- para convertirse en Hef, o Hep Hef, un moderno. Se alistó en el ejército después de acabar el bachillerato, pero le pusieron a escribir a máquina y nunca llegó a entrar en combate. Tenía 27 años y atravesaba un mal periodo en su vida cuando tuvo lugar la creación de Playboy, en 1953. A principios de los cincuenta, el fracaso parecía muy cercano. Hefner tenía un trabajo que detestaba, acababa de irse de casa de sus padres y vivía un matrimonio frustrado con Mildred Williams, una compañera de instituto.
Había despertado tarde a la sexualidad. No empezó a masturbarse hasta los 18 años. Consiguió perder la virginidad a los 22, pero leyó a Kinsey como si este fuera un profeta y empezó a estudiar libros de consejos matrimoniales y manuales sobre sexo. Playboy era la clase de revista sofisticada y audaz con la que soñaba. Consiguió un poco de dinero, incluidos 1.000 dólares de su madre, y maquetó el primer número sobre la mesa de la cocina, tras escribir él mismo gran parte de los textos. Su mayor suerte fue la elección del primer despliegue central: foto de calendario de una Marilyn Monroe desnuda, tomada cuatro años antes. Todavía hoy es la foto más sexy de todas las que ha publicado Hefner.
Playboy le enriqueció enseguida e hizo posible la segunda gran transformación de su vida, a finales de los cincuenta, cuando -recién divorciado- se atrevió a ser Mr. Playboy, un elegante experto en cuestiones de cama que empezó a vivir en la realidad los sueños que proclamaba su revista.
Se pudo ver a Hef transformado en fragmentos de Playboy's Penthouse, un programa de televisión en blanco y negro que se emitió durante un par de temporadas a finales de los cincuenta y p?rincipios de los sesenta. En él, Hef saludaba al espectador en la puerta de su ático de soltero, vestido de esmoquin y fumando en pipa. Cada semana recibía a gente como Tony Bennett, Count Basie, Buddy Rich y Sammy Davis Jr. en una época en la que los artistas blancos y los afroamericanos no solían aparecer juntos.
La edad dorada de Mr. Playboy fueron los años setenta, cuando, sin dejar de ganar dinero, Hefner se aficionó a pasar el día en pijama, trabajar desde su dormitorio -donde se acostaba con quien le parecía- y volar de un sitio a otro en el Big Bunny (Gran Conejito), su DC-9 particular, decorado a propósito. Por el contrario, los ochenta fueron su momento más bajo. La empresa, que había crecido demasiado, pasó periodos difíciles. Hefner chocó con la Administración de Reagan y su Mayoría Moral, y en 1985 sufrió un derrame, en parte causado, insiste, por la publicidad desfavorable que supuso el asesinato de la Playmate Dorothy Stratten en 1980.
Su boda en 1989 con Kimberley Conrad, Playmate de enero del año anterior, fue, según Hefner, un intento de buscar refugio. Conrad y él se separaron en 1998, aunque no se divorciaron hasta 12 años después. "Durante el matrimonio fui fiel", insiste, "y ella, no". La consecuencia, reconoce hoy, fue empezar a salir con montones de mujeres, entre ellas una llamada Brandy y unas gemelas llamadas Sandy y Mandy. "Es imposible de inventar", dice, y se ríe de sí mismo. Cuando tenía ochenta y pocos años estuvo viviendo con siete mujeres e intentó, en vano, aplicar un toque de queda a las nueve de la noche para evitar que salieran con otros hombres.
"Lo lógico sería que las reservas estuvieran secas, que empezaran a faltar las mujeres deseosas de exponerse y ser Playmate", dice Mary O'Connor, la ayudante de Hefner, de 82 años. "Pero no es así. Siguen llegando". O'Connor, que lleva cuatro décadas trabajando para Hefner, es una mujer alta, sensata, antigua promotora de coches de carreras, que ha visto de todo en su vida. En la época en que la revista tenía su sede en Chicago se encargaba de la Mansión Playboy de allí. En la actualidad, una de sus tareas es supervisar la lista de invitados de la mansión, los pocos escogidos para entrar en el legendario palacio del placer, escenario de innumerables fiestas nocturnas en las que la ropa era optativa; también es la encargada de invitar a nuevas aspirantes a estrella a las fiestas y las frecuentes veladas cinematográficas.
A Hefner le encanta el cine. Organiza proyecciones al menos tres veces por semana. El lunes es la noche masculina; el martes, la de las chicas, cuando juega a las cartas y al dominó con su séquito de jovencitas; el miércoles tocan juegos de cartas en serio (con sus amigos más antiguos) y el jueves es la noche familiar, cuando ve a Marston y Cooper, los hijos de su matrimonio con Kimberley Conrad. También organiza fiestas temáticas según las estaciones. Ocasiones que constituyen una buena oportunidad para conocer a posibles novias. Hefner vio por primera vez a Kendra Wilkinson, una de las estrellas de The girls next door que ahora tiene su propio reality-show, en su fiesta de cumpleaños de 2004, mientras ella repartía vasitos de gelatina congelada totalmente desnuda. A Crystal Harris la vio vestida de doncella francesa en su fiesta de Halloween de 2008.
¿Qué ven en él las mujeres? Seguramente, más a un amigo, un mentor y una vía para conseguir trabajo que a un sex symbol. Las chicas que consiguen vivir en la mansión ganan -o ganaban, antes de que Hefner se comprometiera con Harris- un sueldo de 1.000 dólares semanales, pagados en efectivo por el propio Hefner todos los viernes. Además cuentan -o contaban- con peluquería gratis, un complemento de automóvil y otras sumas de dinero para implantes mamarios y dentales, así como ropa destinada a ocasiones especiales. El sexo con Hefner no era obligatorio, en sentido estricto, aunque parece que casi todas sus novias se acostaban con él, o en señal de agradecimiento o debido a la presión de las demás.
Cuando pregunté a Crystal Harris si su relación con Hefner era de carácter sexual me miró en silencio un instante. "No sé cómo responder", dijo, y luego añadió: "¿Quiere decir relaciones sexuales? Claro". Y continuó: "Hef se ha acostado con un montón de gente, pero ahora eso no es lo que le hace feliz. Lo que más le gusta es acurrucarse y abrazarse con su perro".
"Bueno, supongo que tengo claro lo que me gusta", me dijo Hefner cuando le pregunté si no le parecía extraño que, mientras él envejece, sus novias sigan teniendo la misma edad, veintitantos, y respondan todas al mismo patrón nada original de rubia exuberante y alegre. Iba vestido con la ropa que suele llevar de día -un batín de seda roja y pantalón de pijama de seda negra- y bebía una Pepsi, sentado en la gran biblioteca de la mansión, sin libros, bajo un enorme busto de cerámica y con los senos al aire de Barbi Benton, una de las pocas morenas que le han llamado alguna vez la atención. "En el proceso pierdes algo", siguió Hefner. "Pero también es maravillosa la relación como de profesor y alumna. Y rodearte de jóvenes te mantiene joven".
Este Hefner paternal y afectuoso es el que se ve en The girls next door, no el playboy elegante y noctámbulo de otras épocas, y tal vez ese sea uno de los motivos del éxito de la serie que la cadena E! empezó a emitir en 2005 los domingos por la noche. Sorprendió a los propios directivos cuando vieron que atraía a un público compuesto, sobre todo, no de chicos adolescentes ávidos de sexo, sino de mujeres en el cotizado grupo demográfico de 18 a 34 años.
En la compañía Playboy hablan mucho de la "marca", una especie de derivación de la revista que, en su opinión, ha trascendido al propio Hef. Su hija, Christie, que fue presidenta y consejera delegada de Playboy Enterprises entre 1988 y 2009, me dijo que en una ocasión, en China -donde existen cientos de tiendas que venden artículos derivados de Playboy, pero no está permitida la publicación de la revista-, alguien le preguntó cuándo había entrado su padre en la empresa. La marca, no la revista, es la que gana dinero en la actualidad. Está volviendo a meterse en el negocio de las apuestas, con licencias para emplear el nombre en casinos de Macao y Las Vegas. Mientras tanto, el canal de televisión Playboy intenta esquivar la procacidad para ser moderno. Un anciano con batín y que fuma en pipa parecería fuera de lugar. Pero la marca Playboy sigue dependiendo en cierta medida de la imagen del caballero elegante que creó la revista, el tipo de hombre que sabe moverse en el dormitorio, pero también entiende de corbatas y pañuelos, aparatos de música y zapatos, y que celebra grandes fiestas en su mansión.
Hefner es un "icono", les gusta decir a sus amigos y colaboradores. En 2008, Steven Watts publicó Mr. Playboy: Hugh Hefner and the american dream (Mr. Playboy: Hugh Hefner y el sueño americano). El verano pasado, Brigitte Berman estrenó Hugh Hefner: playboy, activist and rebel, un documental de lo más adulador (realizado con la cooperación de Hefner) que destaca sus numerosas contribuciones a la defensa de los derechos civiles y a la libertad de expresión. Hace años que el productor Brian Grazer y el director Brett Ratner hablan de hacer un largometraje sobre su vida, tal vez protagonizado por Robert Downey Jr., e incluso se han llevado a cabo conversaciones sobre un posible musical. ¿Qué ocurrirá cuando el icono no esté ya presente?
Aunque no ha propuesto ningún plan de sucesión, Hefner está contento de ver que sus hijos -Marston, de 20 años, y Cooper, de 19- han empezado a interesarse por la revista. Sin embargo, a juzgar por un par de conversaciones breves, no parece que ninguno de los dos jóvenes sea tan listo como su hermana de 58 años, Christie, licenciada con summa cum laude en Brandeis. Tampoco hacen gala de la capacidad de invención, nacida de la incomodidad y la ambición, que caracterizaba a su padre.
"Prefiero pensar en que no estará ya en activo, no en que no estará", explica Christie Hefner sobre el futuro. A ella y a Richard Rosenzweig, vicepresidente ejecutivo de Playboy Enterprises y viejo amigo de Hefner, les gusta imaginar que Hef se convertirá en una figura venerada y una marca duradera, como Walt Disney. "Será más fácil perpetuar mi historia cuando yo ya no esté", me dijo Hefner. "Porque entonces nadie se cabreará por pensar que todavía me acuesto con chicas". Añadió que su madre vivió hasta los 101 años.
Luego volvió al piso de arriba, a su legendario dormitorio, que se encuentra en un estado un poco caótico: montones de viejas películas en cintas y DVD, adornos y cachivaches variados, fotografías de la infancia sobre la chimenea, unas bragas colgadas de una lámpara y, apiñados sobre un sofá, dos centenares de animales de peluche. Más que un nido de amor, parece la cueva de un acaparador incapaz de tirar nada a la basura.
Fuente: El País.
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